LA PARCA




Cuando te colocabas los sábados a la tarde solías subir al piso de tu abuela. Allí te tumbabas en el sofá que estaba en otro cuarto separado del comedor donde tu abuela veía la tertulia y la película de Cine de barrio.

 

Sentías que estabas solo en el mundo y que, desde que te despojaron del vientre-edén de tu madre, no habías hecho nada más que sufrir. Ansiabas no haber salido del paraíso de la tripa materna, pero ahí estabas, en el bunker donde nacieron tu madre y tus tíos, ciego de hierba, mareado, angustiado, harto de todo.

 

Un día de aquellos pensaste por primera vez en la muerte. Al principio te asustaste mucho, pero luego, al descubrir una salida a tanto dolor, te calmaste. Ya habías tocado fondo. Ahora los insultos y las mofas te daban igual. Tú tenías la secreta fórmula para ir tirando y eso que no habías leído a Bukowski.

 

Qué coraje tuviste. Eras un adolescente cuya vida se había paralizado; te sentías un bicho repugnante porque así te hacían sentir los demás y, aunque empezó a sudarte los cojones la opinión de los otros, había días que pensabas en descansar para siempre y la mera idea de saberte muerto era consuelo.

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