CARTA A MI «YO» ADOLESCENTE
Tenías quince años cuando tu cabeza estalló. Estabas en la ikastola; notaste que el compañero de la mesa de atrás te pegó un chicle en el pelo. Te empezaron a sudar y a temblar las manos, después eras tú quien tiritaba como las hojas de un álamo mecidas por el viento. ¿Por qué yo?, te preguntaste. No les habías hecho nada, pero el cuerpo se te llenó de rabia, de impotencia, de odio hacia ti mismo. Tú, y sólo tú, tenías que ser el culpable.
Sonó el timbre y saliste despavorido del aula. Vuestra madre estaba en la calle esperando a que saliese tu hermano. Te miró el rostro desfigurado, como ido, y te preguntó alarmada qué te pasaba. Le contaste sollozando lo ocurrido ante las miradas de terror de tus amigos. Se escucharon carcajadas. Tú sólo querías llegar a casa, bañarte y descansar.
Así fue el comienzo del calvario al que llaman locura. Luego llegaron más ideas que, por no ser comunes, son el germen de la segregación social. Así que te aislaste, e hiciste bien. La gente cuchicheaba como viejas alcahuetas. Quiero aplaudirte por el valor que tuviste de no matarte. Cualquiera no aguanta la humillación constante con la que tuviste que lidiar. Jamás he conocido a una persona tan fuerte. Eras bueno, inteligente y guapo.
Perdóname si en algún momento me avergoncé de ti, me enorgullece haber transitado por el infierno dentro de tu piel.
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